Resulta bastante curiosa
la amplitud de miras con que se observa el concepto de libertad desde
determinados estratos políticos y sociales, especialmente cuando se la
presupone englobada dentro de sistemas democráticos. Según la RAE, la libertad
es la facultad natural que tiene el ser humano de obrar de una manera o de
otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos; así como también
la facultad que se disfruta en las naciones “bien gobernadas” de hacer y decir
cuánto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres. En cierta forma, es
el estado o condición de aquel que no es esclavo. Por lo tanto, en democracia,
recordemos aquella forma de organización social que atribuye la titularidad del
poder al conjunto de la sociedad, supuestamente es el pueblo quien debiera
ostentar la capacidad de decidir de manera consensuada tanto el camino como el
sistema de vida al que quiere pertenecer.
Por ello suelo acoger con relativa
sorpresa que no siempre se permita a un pueblo el poder decidir la forma de
convivencia social en la que desea instaurarse, ni los mecanismos, derechos y relaciones
sociales que regirán su futuro. Aunque es cierto que esta capacidad de
establecer la configuración político-social y económica de un territorio recae
en principio en aquellos elegidos por una mayoría, también es igualmente cierto
que en varios de los casos dicha elección surge motivada por intereses
concretos derivados de una corriente política establecida en un papel, dejando
de lado el beneficio colectivo. No siempre es así, pero sí que ocurre a veces
¿no?
A mi juicio, existen claros
puntos comunes que fruto en cierta medida de la lógica implican tratar de
implantar mediante la cohesión social la conformación de un territorio en toda
su extensión y amplitud, al abrigo de una serie de normas de comportamiento
(que no doctrinas) que la protejan y la regulen. De hecho, en un mundo forzosamente
globalizado como el actual, puede resultar interesante e incluso justificar un
proyecto como el de la UE. Sin embargo, ha sido tras el padecimiento colectivo
de una fuerte crisis financiera de consecuencias devastadoras sobre la economía
real que aún perdura, cuando el proyecto comunitario nos ha venido a recordar a
la ciudadanía en general que dicho movimiento “integrador” nació en el marco de
lo que se denominó como Comunidad Económica Europea. En este sentido, si
tenemos en cuenta que los “gerentes” de la Unión han establecido un sistema que
más que aunar estados en un frente común, le han aportado un cariz de
imperativo económico dándole más bien una apariencia de asociación de
mercaderes, quizás los últimos acontecimientos puedan suscitar a algunos, como
en mi caso, plantearse la pregunta de si realmente fue una buena idea su
creación.
Parece evidente que a
pesar del paso de los años los objetivos originales, y que le daban su razón de
ser al proyecto de integración europea, no se han alcanzado del todo, pues a
día de hoy aún no se ha implantado convenientemente ese anhelado mercado común en
el que las personas (no solo turistas), los servicios, el capital y las
mercancías circulasen libremente. Tan solo las mercancías gozan de este
privilegio. Además, parece difícil alcanzar consensos comunitarios igualitarios
cuando observamos como los acuerdos tomados por los Grupos de Trabajo de la
Comisión o en el Ecofin, se asemejan más bien a sesiones de “intercambio de
mercaderías”, en las que para acordar una concesión a un estado miembro, a
estos siempre se les exige una contrapartida no necesariamente justa.
De esta forma, hemos asistido en el caso de España (aunque de manera bastante más sangrante en Grecia o Portugal), como tras el inicio de la crisis se han ido perdiendo paulatinamente y legado al abandono varios de los mecanismos de protección social de los que podíamos estar orgullosos de haber adquiridos a lo largo de los años, pasando a primar principalmente lo mercantil, favoreciendo además generalmente a determinadas élites. De hecho, da la sensación a veces que para no defraudar a nuestros amigos europeos, los pensionistas, los parados, los empleados públicos y la clase media deben llevarse la peor parte, en una aparente criba social en la que de forma relativamente indirecta se fomenta la desigualdad en una ciudadanía supuestamente con los mismos deberes y derechos. Mientras que, por su parte, el recorte del gasto (ciertamente obligado) se encamina principalmente a reducir partidas básicas, cuando otras quizás menos necesarias permanecen casi inalteradas o al menos no se las ha tocado como en un principio parecía más lógico debiera haber sucedido, como en el caso de las absolutamente sobredimensionadas empresas públicas.
De esta forma, hemos asistido en el caso de España (aunque de manera bastante más sangrante en Grecia o Portugal), como tras el inicio de la crisis se han ido perdiendo paulatinamente y legado al abandono varios de los mecanismos de protección social de los que podíamos estar orgullosos de haber adquiridos a lo largo de los años, pasando a primar principalmente lo mercantil, favoreciendo además generalmente a determinadas élites. De hecho, da la sensación a veces que para no defraudar a nuestros amigos europeos, los pensionistas, los parados, los empleados públicos y la clase media deben llevarse la peor parte, en una aparente criba social en la que de forma relativamente indirecta se fomenta la desigualdad en una ciudadanía supuestamente con los mismos deberes y derechos. Mientras que, por su parte, el recorte del gasto (ciertamente obligado) se encamina principalmente a reducir partidas básicas, cuando otras quizás menos necesarias permanecen casi inalteradas o al menos no se las ha tocado como en un principio parecía más lógico debiera haber sucedido, como en el caso de las absolutamente sobredimensionadas empresas públicas.
Seguimos aumentando la
brecha ya no solo económica, sino también sanitaria, alimentaria, etc.,
marcando una hoja de ruta que es posible que, como afirma un número creciente
de economistas, perjudique al futuro crecimiento y haga menos estables,
incluso, las teóricas expansiones económicas capitalistas. Por lo tanto, el
propio modelo se convierte en un mecanismo para la desaceleración del dinamismo
empresarial, el endurecimiento de las condiciones de trabajo de los
asalariados, el freno a la innovación y la degradación de los servicios
públicos.
Todo ello por mandato externo de organismos que a pesar de que parecen asegurar conocer los elementos necesarios para superar esta diabólica crisis, a fin de cuentas hasta la fecha no han conseguido excesivos triunfos con sus políticas, supuestos brotes verdes aparte. Sangre, sudor y lágrimas se mantienen como el recetario económico actual trasladando a los mandatarios europeos (a los que realmente deciden, de sobra conocidos) la potestad de dictaminar hasta lo más nimio de nuestras vidas. Por explicarlo de algún modo, da la impresión de pertenecer o pretender formar parte de un selecto club que actualmente funciona principalmente para recibir órdenes. Demos cuenta, en este sentido, que aunque estén todas enmarcadas dentro del denominado como el primer mundo, dentro de la Unión Europea, España compite frente a países cuyas sociedades carecen en muchos casos de derechos sociales, siendo su objetivo principalmente el tratar de imponernos su sistema de vida frente al nuestro.
Todo ello por mandato externo de organismos que a pesar de que parecen asegurar conocer los elementos necesarios para superar esta diabólica crisis, a fin de cuentas hasta la fecha no han conseguido excesivos triunfos con sus políticas, supuestos brotes verdes aparte. Sangre, sudor y lágrimas se mantienen como el recetario económico actual trasladando a los mandatarios europeos (a los que realmente deciden, de sobra conocidos) la potestad de dictaminar hasta lo más nimio de nuestras vidas. Por explicarlo de algún modo, da la impresión de pertenecer o pretender formar parte de un selecto club que actualmente funciona principalmente para recibir órdenes. Demos cuenta, en este sentido, que aunque estén todas enmarcadas dentro del denominado como el primer mundo, dentro de la Unión Europea, España compite frente a países cuyas sociedades carecen en muchos casos de derechos sociales, siendo su objetivo principalmente el tratar de imponernos su sistema de vida frente al nuestro.
Como nota positiva, es la
sensación de que buena parte de la ciudadanía comienza a implicarse generando
movimientos en los que al menos en apariencia parece se pretende reivindicar
una verdadera mejora de la situación social, económica y política que vive el
país, si bien siguen sin escucharse alternativas reales ni propuestas serias.
¡Qué recuerdos de aquel utópico 15-M! El descontento es evidente, otra cosa es
que sea desoído. Sin embargo, también es cierto que se debe luchar por evitar
que el derecho legítimo que subyace tras estos movimientos no sean aprovechados
por determinadas minorías radicales para generar el caos formando campos de
batalla con lo que tan solo se consigue desvirtuar los objetivos, acaparando
luego además todas las portadas nacionales relegando a un segundo plano la
importancia del movimiento.
Lo importante es crecer,
pero no necesariamente bajo el concepto de aumento matemático sino en el de
mejora y optimización. El dinero no es riqueza, es más debiera ser un medio y
no un fin. Da la sensación, a su vez, de que a algunas generaciones se les ha
dado ya por perdidas, victimas irremediables de una crisis que en cierta medida
creo la anterior. En cualquier caso, lo que no se le puede quitar a la
ciudadanía son las ganas de vivir, ni enterrar sus sueños en la oscuridad. Así
que esperemos que al fin lleguen los ansiados brotes verdes, pero los de
verdad, los que afectan a la economía productiva generada por el colectivo y
quizás este 2014 no despida su paso dejando a una menguada población, un
crédito aún menor, más deuda ni más pobreza.
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