El viejo cerró el libro y se quedó mirando el techo. No recordaba cuanto había pasado desde la última vez que se detuvo a contemplarlo. Demasiado tiempo seguro. Años, quizá décadas.
El color blanco con el que se pintó en su día se había ido. En su lugar un extraño color semejante al tan exitoso “blanco huevo” mezclado al “amarillo nicotina”.
Recordó la ilusión con que habían pintado esa habitación su señora y él. Pero ella había marchado, falleció. Y él ya solo era un viejo.
Por más que lo intentara no era capaz de imaginar aquella sensación que tanto le hizo sentir ella. Lo felices que fueron.
Pero eso casi fue en otra vida. La observada desde fuera como si estuviese viendo a otras personas o algún libro que hubiera leído.
Al bajar la mirada desde el techo se dio cuenta que toda la habitación era vieja. Plagada de tristeza. Alzó sus brazos y abrió el libro por la página 47 tratando de vivir en sus hojas.
Esta vida ya no era su historia.
Esta vida ya no era su historia.